viernes, 16 de diciembre de 2011

236.- Río Nonaya a su paso por Cornellana (Asturias).



236.1.- Río Nonaya a su paso por Cornellana (Asturias).

El río Nonaya, al que las enciclopedias de Internet califican como un cauce corto, nace en la sierra de Bodenaya, en el Concejo de salas, y desemboca en el río Narcea poco después de superar Cornellana. Así pues, estamos cerca del desenlace de su historia. Es un río corto y de no mucha entidad. Y el trayecto vital del río fue justo el que tuve que recorrer en aquel viaje, pero en sentido opuesto: Autovía A-63, tramo Cornellana-Salas. Siempre a contracorriente, remontando el río, con el empuje del tiempo en mi contra. De Cornellana recuerdo sus carajitos, unos dulces de avellana, el equivalente al mazapán, pero utilizando en vez de almendra este otro fruto. También recuerdo un monasterio del que apenas quedaba algo más que los muros de las fachadas. Y, como no, las laderas empinadas de las sierras, cubiertas de arbolado. La lujuria del bosque que en Asturias es literalmente una fiebre. Castaños, robles y, he de suponer, avellanos, cubriendo los taludes que encajonaban el río. Una pendiente casi vertical en la que los árboles se montaban unos sobre otros. De la lluvia no me acordaba. Ni siquiera lo he recordado al mirar las fotos. Pero es que la lluvia es otra de las formas de ser de aquella tierra, casi un estado de ánimo endémico. Momento: 1 de noviembre de 2011.



236.2.- Puente de madera sobre el Río Nonaya a su paso por Cornellana (Asturias).

Un puente de madera parece el inicio de una aventura. ¿Llegué a cruzarlo? No lo recuerdo. Conociéndome diría que no. Solo lo haría si estuviera justificado el riesgo para alcanzar un objetivo. Ah, los prejuicios... Viendo la secuencia de fotos está claro que si lo hice. Me van llegando datos de la memoria. Quería acceder a un prado situado al otro lado, al que no se podía llegar de ningún otro modo. Un prado encharcado a la ribera del río. Sobre el mismo puente, en el que imagino que me costaría encontrar un punto donde lograr una postura en equilibrio, hice dos fotos. Siempre son dos por lo menos, una para cada sentido de la corriente. El sistema de drenaje del territorio es uno de sus rasgos ambientales principales, uno de los elementos que es ineludible documentar en cualquier informe. Hay una losa de cemento bajo las tablas, medio derruida, al igual que el tablero de listones de madera. No tiene sentido invertir esfuerzos en arreglar un puente que no lleva a ninguna parte, supongo, y este aspecto de abandono, de resignación a la acción abrasiva del tiempo parece cuadrar con un día en Asturias cuando la lluvia de noviembre anuncia que el invierno por llegar será largo y frío.



236.3.- Río Nonaya a su paso por Cornellana (Asturias).

La lluvia no traspasa el dosel de los árboles. Curiosamente es el río el lugar más seco. Las hojas de los fresnos se estiran como manos con infinidad de dedos para tocar el agua quieta, tal vez para borrar el reflejo del cielo o sus propias siluetas. Hay hiedras trepando por los troncos y un resplandor verde por toda la imagen que solo rompe el rojo de los guijarros en el fondo del lecho. No se lo que es, tal vez algas que manchen las piedras del río, pero se agradecen las migajas de otros colores. Cuando una sensación amenaza con tiranizarlo todo se agradecen los contrapuntos, los momentos de ruptura. Una ligera brecha en el techo del bosque que permite atistar el cielo brumoso, las manchas sobre las cuarcitas en el otro extremo, al fondo del río, y entre medias el monólogo del verde con mil voces, que tiñe hasta las aguas quietas con su reflejo.



236.4.- Río Nonaya a su paso por el Barrio Llenina (Cornellana - Asturias).

Tal vez no parezca una forma demasiado gloriosa para morir siendo río, en el callejón de atrás de un pueblo, como un riachuelo formado por un aguacero, entre muros de edificaciones, con matas de hierbas creciendo en mitad del lecho, pero un poco más adelante vuelve la promesa del arbolado. Un poco más allá de los fresnos comenzará la última curva, el último meandro antes de cambiar de nombre a las aguas. El Narcea no necesita guarecerse entre su vegetación riparia ni discurrir entre callejones. De criadero de ranas a curso truchero y salmonícola, porque hay una vida mejor tras el último recodo. O tal vez la nada. No se a que Dios le rezan los ríos pero seguro que sus plegarias son de las más hermosas. La que oigo mientras tengo los pies en mitad del cauce habla de montañas, de lluvia, de bosques, de toboganes. Ni una palabra de caminar entre las olas.

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