domingo, 26 de junio de 2011

136.- Vista de la Ría de Santoña desde la Playa de San Martín (Cantabría)



136.1.- Corro de pinos piñoneros (Pinus pinea) en la Playa de San Martín, en Santonia (Cantabria).

Si tuviera que elegir mi árbol preferido con el corazón sería el pino piñonero. La cabeza me diría la encina, por ser el árbol español por excelencia. Pero los piñoneros están ligados a mi infancia. La zona de la sierra de Madrid está repleta de pinares viejos. A los que rodean Torrelodones y la Berzosa iba a buscar piñones en aquellas eternas dos horas que mi madre tenía estipuladas como obligatorias sin baño cuando iba a la piscina y después de comer se imponía en toque de queda para hacer la digestión. Mi padre le quitaba la parte de abajo del plástico que recubría su cajetilla de cigarrillos Malboro o Chesterfield, y con ella me hacía una pequeña bolsita para guardar mis pesquisas. Nada más rico que los piñones recién cogidos, aun húmedos por la savia, con ese ligero sabor a resina.

El verano que estuvimos en Tarifa nos costaba acceder a aquellas playas inmensas. Había que atravesar extensos pinares, sin caminos que indicaran la dirección de la playa. Luego supe cuando estudié la carrera que la capacidad para soportar el aliento salino del mar y su extrema frugalidad, capaz de adaptarse a suelos arenosos, convertía esta especie en la idea para fijar las dunas costeras. En Madrid existen muchos por que la altitud y el clima le son propicios. No tanto dentro de la ciudad, claro, porque al ser de hoja perenne soportan muy mal la contaminación. Tardan 3-4 años en cambiar la acícula. Si el árbol se sitúa en una zona de tráfico denso la contaminación acabará cubriendo la hoja en poco tiempo y dejará de ser funcional. En la calle Raimundo Fernández de Villaverde, donde está el Corté Inglés de Castellana, plantaron dos hileras de pinos piñoneros, una en cada acera, que en 40 años no pasaron de los 3 metros de talla. Poco a poco van muriendo y siendo sustituidos por otras especies de hoja caduca. Los he visto agonizar desde mi infancia. Aun así dan pinoñes en otoño. Pequeños pero funcionales, sabrosos.

Y ese porte inconfundible, majestuoso. Amo este árbol porque es el más expresivo. O tal vez el que mejor entiendo cuando me habla. 5 individuos que parecen uno solo. 5 troncos y una sola copa. Si puedo tolerar que algo me oculte la visión del mar es sin duda un pino piñonero. Tras la última hilera en las playas de Tarifa estaba el regalo del mar, aquellas playas inmensad como estas del norte.



136.2.- Vista del Puntal desde el Castillo de San Martín (Cantabria).

Es la imagen contraria a la que colgué ayer, la Playa de la Salvé, concretamente el denominado como El Puntal, esa especie de codo de tierra que avanza hacia el mar en el extremo de la Playa de Laredo, con el enjambre de embarcaciones deportivas reposando sobre la mansa lámina de la marisma, como abejas libando en un inmenso campo de flores color agua. De una a otra orilla había planeado tender una inmensa tubería. Todo aquello es muy bonito, pero cuando lo visité aquella vez carecía de una red de saneamiento en condiciones.



136.3.- Vista de la Playa de la salvé desde el Castillo de San Martín (Cantabria).

Mirando con detenimiento la foto juraría que uno de los bloques de edificios, el situado más a la derecha y que tiene forma de acordeón, está inclinado hacia adelante como las Torres Kio de la Plaza de Castilla en Madrid. Consultando el mapa a escala 1:25.000 que tengo junto a mi para no errar ningún dato, he averiguado que las montañas situadas más allá de Laredo, las que forman el telón de fondo de la imagen, reciben el emocionante nombre de Sierra de Vida. Pues mira que bien. El paisaje reconforta. Su desorden, su total falta de orden y, sin embargo, la extraña precisión con la que se ensamblan todos los elementos para formar un todo armónico.



136.4.- Vista de Laredo desde el Fuerte de San Martín (Cantabria).

¿Por qué las nubes son tan convincentes en la vida real, cuando las vemos con nuestros ojos, y siempre parecen inverosímiles, inventadas, cuando las vemos dibujadas o en una fotografía? Esa sensación tengo al ver las que cubren el cielo en esta imagen. me gustan los horizontes bajos en las fotografías. Apenas una franja de azul para dar una referencia de lo que abarca el paisaje. Pero aquí me dejé llevar por la profusión de nubes. O quizás equivoqué la tierra con el cielo. Es una tarde soñadora esta. Alguien se acerca de puntillas a mi corazón y me distraigo con poca cosa. La sensación que te procura la proximidad de quien no conoces pero te atrae es parecida a la que se tiene cuando miras un cielo en movimiento. Es algo banal y trascendente al mismo tiempo, liviano pero que pesa sobre los hombros. Las nubes no tienen peso pero sus inmensos volúmenes nos hacen creer lo contrario. Sobre todo si son grises, si prometen lluvia. Los primeros acercamientos suelen procurar tormenta. El aire se carga y llueve profusamente de un instante para otro. En verano los sueños parecen más factibles porque la vida se vuelve irreal, un largo rato de sopor en el calor de la media tarde.



136.5.- Vista de Laredo desde el Fuerte de San Martín (Cantabria).

Habrá quien le pueda parecer ingenuo, pero siempre que me enfrento a esta paradoja de ver tierra al otro lado del mar me quedo embobado. Me pasó también en Huelva. Se asocia instintivamente el mar con lo inmenso, como si fuera una ruta de escape interminable. Y verlo encajonado, dentro de un cajita de tierra causa, el menos a mi, una sensación extraña, de estar enfrentándonos a un sinsentido, un trampantojo, una ilusión debida a la vulneración de las reglas, como esos dibujos de Escher. He aquí que me acerqué a la orilla del mar en Santonia y vi tierra en su otro extremo. Más difícil aun. Viajé al otro confín y repetí la experiencia, como puede comprobarse en la anterior entrada.



136.6.- Vista de Laredo desde el Fuerte de San Martín (Cantabria).

Aquí quería yo llegar. Si seguís la línea de la costa de Laredo, al otro lado del mar, hacia la derecha, hacia el sureste en realidad, llegareis a un macizo montañoso que detiene el avance de la ciudad y la playa. es el Canto de Laredo. Otra de esas montañas de bolsillo que cierran las playas en aquella zona, como le ocurre a la Playa de Berria. En el otro extremo la Playa de la Salvé no hay tal macizo rocoso, y quizás por eso el terreno se dobla sobre si mismo como un codo, En el Canto de Laredo se está construyendo un inmenso puerto deportivo para el uso y disfrute de los bilbaínos. Lo se porque trabajé en la solicitud de la constructora que obtuvo la concesión de las obras. Fue en 2005, el mismo año en que se tomó esta foto. Ver el esqueleto de hormigón del puerto el Google Maps el otro día fue tremendamente grato. Ya lo creo. Entre que un proyecto se licita y la obra se ve terminada pueden pasar de uno a 3 años, dependiendo de la envergadura del mismo. En este caso ya son 6. Algún día iré a verlo, y quien sabe si me la llevaré a ella. Para que sea testigo de mis logros. Bueno, es un decir, ni una piedra he movido. Escribí bastante en su día, eso sí.



136.2/6.- Vista de la Ría de Santoña desde la Playa de San Martín (Cantabría).

Laredo de extremo a extremo, desde El Canto hasta El Puntal y de vuelta. Laredo plegada sobre si misma, como un punta de flecha disparada hacia la marisma. No digas que no es hermoso el sitio al que te llevaría si quisieras huir conmigo. ¿Acaso no hay suficiente mundo como para poder compartirlo? Mi parte te la cedería si la quisieses contemplar estando conmigo.

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