miércoles, 27 de octubre de 2010

34.- Cabezo del Gordo (Murcia)



34.- Cabezo del Gordo (Murcia)

A los que sois del norte de España, en especial del noroeste, os parecerá que no hay para tanto, pero lo que se ve en este imagen es casi un milagro. Un mar verduzco de pinos azotando como un oleaje un farallón en el Puerto de la Cadena, a un tiro de piedra de Murcia capital. Y el casi lo uso por que el supuesto milagro se debe a la mano del hombre, y en esos casos se impone la búsqueda de una explicación lógica. El esfuerzo y la tenacidad en una labor callada de décadas, bastante incomprendida, y peor agradecida. En un lugar donde es posible que no llueva con verdaderas ganas durante 2 ó 3 años, con unas temperaturas infernales en verano y donde los ríos llevan casi siempre en su corriente piedras y arenas, ¿como es posible un bosque? Alguien debió excavar hoyos en la ladera con su azada, plantar un arbolito de un par de savias, llevado hasta allá con su propias manos, después regar con el agua portada en cubos, y en los subsiguientes años reponer pacientemente las marras y eliminar los árboles dominados, enfermos o rezagados respecto al resto de sus coetáneos. Murcia es un planicie llena de pequeñas elevaciones, algunas incluso notables, como Sierra Espuña. Y casi todas esas sierrecitas están cubiertas de un manto verde-musgo de pinos carrascos, obligados a medrar en el límite de sus fuerzas. Y todo ese esfuerzo de años puede verse convertido en cenizas en una sola tarde de furia y fuego. A veces también con causa en el hombre. El hombre nos lo da y el hombre nos lo quita, esa es su alocada voluntad por que sus designios son inescrutables. El hombre escribe en zig-zag con renglones torcidos, por que la naturaleza detesta las rectas y el vientre del mundo es curvo por que está preñado de amaneceres malvas. Los ecologistas querrían que en vez de pinos carrascos se plantaran hayas y robles, que arden peor y propician la lluvia. Dicen ellos y quienes los escuchan, osea el resto del rebaño. Extender una sábana sobre las sierras de Murcia para cubrirlas de robledales, y así convertirla en la quinta provincia de Galicia que, mire usted por donde, contra todo pronóstico, arde mejor que el sureste de la Península. Los milagros del hombre, desde luego. Contentémosnos con los pinares, que no es poco. A mi me parecen mucho. El pinarico nuestro de todos los días dánosle hoy, que si el territorio medra ya habrá tiempo para que los robledales medren con él. Aunque aquí más que robles serán encinas, en el mejor de los casos, rezando mucho para que llegue por fin ese cambio climático, por que mucho me temo que no pasaremos de las coscojas que, para quien no lo sepa, no son árboles sino matorrales. Lo único seguro, los palmitos, las pitas, y hasta algunos lentiscos si no todas las tormentas son secas.

Murcia y Asturias son las dos provincias que prefiero. Y no es por que me gusten los extremos. Simplemente son los dos territorios que más veces he visitado. Para mi las reglas del juego no se basan en buscar la belleza con desesperación como si fuera un tesoro escondido, sino de encontrarla allí donde te encuentre. Si sabes mirar ni siquiera tendrás que excavar en el paisaje. Por que lo realmente valioso nadie podrá saquearlo para apropiárselo y enterrarlo fuera del alcance de todos. Una vez traté de explicarle a una asturiana la belleza del desierto español, y fue tarea imposible. Sentía vértigo en ausencia de los bosques umbríos y los suelos verdes rezumantes de agua. Y no sentí envidia por los maravillosos paisajes de su tierra, sino lástima por no tener capacidad para albergar otros en su corazón y en su cabeza. Si no te conmueve trata de racionalizarlo. A mi a veces me funciona y soy capaz de estar a la altura de lo que se me ofrece. Murcia me costó un poco, pero ahora me parece una verdad evidente. El agua no discurre por sus ríos sino que se aquieta en los millares de balsas.

Mis notas dicen que lo que se ve en la imagen es el Cabezo del Gordo, una elevación más de la Sierra de la Cadena, en cuya cumbre se sitúa el Castillo de la Asomada, del siglo XII. Su entorno es zona de alto potencial arqueológico, por eso lo fotografié un 5 de octubre de 2005, con el sol sobre mis hombros a pesar del otoño en ciernes. Entiendo el respeto por las piedras medievales, pero que mis pinos no los toquen, que son frágiles e inexplicables, como todos los milagros. De mayor quiero ser ingeniero de montes. Ya me saqué el título en su día por ir adelantando.

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